Tuesday, February 19, 2008

Perdido en medio de Las Tortugas

[This is a Spanish translation of "Lost Among the Turtles," which appeared in the Correcaminos Valencia program book "13a Marathon Popular de Valencia," 7 Febrero, 1993. The introductory paragraph is by Toni Lastra, then President of CC.

Note: when I scanned this for posting here, a lot of garbage and numerous mistakes appeared in the text. It will take me a while to edit the piece back into reasonable shape. As I've been trying to fix the text, I've made some minor changes, corrections, and additions to the translation.

Originalmente publicado en inglés, la traducción en Castellano apareció en el boletín de Correcaminos de Valencia, 7 February 1993. La introducción es por Toni Lastra, por muchos años presidente del club y figura monumental en la historia del deporte en Valencia. He hecho unos cambios pequeños en el original]
                               Perdido en medio de las Tortugas
POR RICK HOGAN
[Richard Hogan es profesor de filosofía griega en la Universidad de Massachussetts, marathoniano y corredor de cien millas. Tuve la oportunidad de conocerlo el pasado mes de Abril en Copley Square, punto final de la Marathón de Boston. Compartí cena y deliciosa tertulia con el en un pequeño restaurante italiano contiguo al Boston Garden. Hablamos entonces de carreras, de entrenamientos y de literatura, y quedamos citados para la Marathón del Centenario, en 1996, y para correr relajadamente junto al río Charles de Boston a Cambridge. Richard Hogan nos cuenta en este magistral artículo lo que pudo ser la última experiencia de su vida. [Toni Lastra]
"El agua es lo mejor"-- Pin­daro, Olímpico I
"Lo que no me mata me hace mas fuerte" -- Nietzsche, El Crepúsculo de los Dioses.
     Debo haber preparado la cama para morir al menos 20 veces; No tuve duda ninguna vez de que iba a morir. El proceso era basica­mente el mismo: encontrar un lugar cubierto de hierba, sombreado por los arboles y con no demasiadas piedras, amontonar algo de hierba, quitarme los zapatos y tenderme encima. Pero el pro­blema era que siempre estaba sumamen­te incómodo. Las rocas me dejarían señlales y tenia frío. Y me aburría allí tendido. Woody Allen dijo una vez: "No tengo miedo de morir. Lo únicoo que quiero es no estar allí cuando suceda." Yo tampoco estaba tan asustado y nunca me preoeupó estar allíi mucho tiempo; pero la espera era intolerable.
     Pasé un maravilloso verano en Suda­merica. Repartí el tiempo entre Brasil, Venezuela y Colombia. Ahora, a falta del corto espacio de tiempo del último episodio de mi asunto "amoroso" con Sudamerica, me encontraba en Ecuador. Llevando hasta sus últimas consecuen­cias un antiguo interés en Charles Dar­win y el descubrimiento de su teoría de la evolución por selección natural, decidí parar los dias que me quedaban en Las Galapagos.
   Santa Cruz (conocida por Darwin como "Infatigable") es un sitio extraordinariamente bello, uno de los mayores y mas visitados de las Islas. Volé allí desde Quito. En el aeropuerto. felizmen­te trabé conversación con un Kiwi de nombre John; el hecho de este encuen­tro tendría alguna importancia en l0 que iba a acontecer.
   Puerto Ayora me gustó inmediata­mente, el único pueblo significativo de la isla. Es pequeño, abierto y extremadamente tranquilo. Caminé a traves del pueblo desde la parada del autobús y me registré en el Hotel Galapagos, donde fuí recibido por el director, un Rumano de nombre Daniel, que se tomó muchas molestias para convencerme de que las enormes arañas que iba a encontrar en mi habitación eran totalmente inofensi­vas.
   Mi primer día fué delicioso. Desde la ventana tenía una soberbia vista del agua azul mar -rota por los penachos de lava negra- extendiéndose hacia algunas de las otras islas en la nebulosa distan­cia. Incluso en el corazón del pueblo se pueden ver los lagartos "antidiluvianos", que tanto impresionaron a Darwin, por su fealdad. Ví un "lobo marino" en el puerto, una pequeña cala, llena de yates de excursion y barcos de pesca. Nadé en una idílica laguna, de agua templada, cerca de Bahia Tortuga, a algunos kiló­metros del pueblo. Todo era estupendo.
   Después de un día más 0 menos, decidí visitar la reserva de tortugas gigantes en Santa Rosa, en el medio de la isla. Concerté --algo vagamente--­encontrarme con John, mi conocido Kiwi, que se marchaba fuera en autobús. Recorrí alrededor de 20 Km. Y me detu­ve en la entrada a la reserva. Después de hablar con algunos luga­reños y comprar tónicas para unos chi­quillos, deambulé por una senda bien marcada, preparado para vet las tortu­gas despues de 5 Kms. No había pensado en ningún tipo de excursión más amplia, prescindiendo de toda aventura. De hecho, concebí el proyecto más o menos como un agradable paseo a través del bosqueñ las tortugas iban a ser un regalo extra. En particular, no tenía noción ninguna de que estaba entrando en terreno peligroso. Mi guía de bolsillo aseguraba sin advertencia ninguna: "Se recomienda visitar la Estación de Reserva Charles Darwin, donde se puede encontrarse el criadero de tortugas, el corral y un buen museo y exposición. También hay una reserva de tortugas cerca de Santa Rosa en la carretera al aeropuerto, donde pueden contemplarse tortugas en su hábitat natural. Hay autobuses a Santa Rosa y desde allí puede seguirse a pie hacia la reserva. También hay caballos para alquilar a un precio fijo" (Geoff Crowther, Sudamérica en el cordón de un zapato, p.573)
   Había una enorme señal a la que debí prestar más antención. Después de 4 o 5 Kms de recorrido, encontré un gran cartel commemorativo de un joven israelí que el año anterior había desaparecido en la reserva de tortugas. (Nunca se le encontró vivo, sin embargo, finalmente se rescataron sus restos). Con característica arrogancia, hice caso omiso, como la historia de aquel pavo real que nunca había estado en los bosques. Esta actitud vendría a probar un gran error. No estoy seguro cómo, pero de alguna forma dejé el sendero y me encontré perdido en la densa selva. Estuve dando vueltas, sin comida no agua, durante, según me dijeron, diez días.
   La primera noche no fué muy mala. Imaginé que me había perdido en un ultramarathón. Planeé levantarme pronto la mañana siguiente y caminar simplemente. En este punto, mi sentimiento dominante era de desconcierto. Me enorgullecía de mi extensa experiencia de montañero en terreno adverso; y aquí estaba yo !perdido! Pero pronto me dí cuenta de que si no dejebaba de preocuparme sobre cómo responder de mi ineptitud, no tendría ocasión de hacerlo: tienes que conseguir salvarte tu culo antes de que puedas salvar tu cara.
   A la manaña siguiente traté de seguir lo que creí que era el sonido del mar. Después de varias horas de caminar a través de la maleza, me di cuenta de que estaba en un aprieto mayor de lo que yo pensaba.
Los dias siguientes se convirtieron en una bruma indiferenciada. Mientras había luz, traté de mantenerme en movi­miento; no encontraba ninguna ventaja en permanecer quieto, hasta que la vegetación fué tan densa que no podría haber sido localizado desde el cielo.
   Ensayé varias tácticas. Algunas veces seguí al sol. Otras veces traté de reccons­truir mi ruta hacia mi actual posición y retroceder. Otras seguí las huellas de las tortugas, a menudo--sobre la teoría de que la evolución produce máxima efi­ciencia-- a cuatro patas. Usual­mente, sin embargo, mi objetivo era alcanzar el mar, que era la parte oeste de la zona donde me encontraba. Algunas veces pensé que oia el rugido de las olas, pero ahora creo que fué una ilusión.
Tal como iban pasando los días empecé a sentirme cansado y a cubrir menos terreno. También me dí cuenta de que a menudo simplemente iba cami­nando en círculos.
   Nunca encontré agua realmente. Ocasionalmente, cuando llovía. succioné preciosas gotas que caían de las hojas; pero esto resultaba singularmente un metódo ineficaz y me produccía más frus­tración que hidratación. Una vez encon­tré una pequeña hendidura en una roca dande se había recogido algo de agua. Metí la cara allí y la lamí. Encontré una gran marisma pantanosa--un atolladero inmundo--; pero alguien debió dibujar una linea en alguna parte. Por tanto, a pesar de todos los intentos y propósitos, no conseguí agua durante mi experiencia. Extrañamente. nunea eché de menos la comida; el pensamiento dominante fue siempre sobre líquidos.
   Vestía entonces sólo pantalones cor­tos de correr y una camisita de tirantes, a menudo hacía calor durante el día y me asaba. Por la nache temblaba, casi siempre de forma incontrolable. Mis lentes de con­tacto, sin limpiar y lubricar, irritaban mis ojos. Una vez me quité una y la envolví en un billete que estaba guardado en el zapato.
   Felizmente mis amigos animales eran extremadamente benignos. La mayor parte de ellos eran tortugas gigantes, cuyos cansinos movimientos podian escucharse por las noches. Cuando me acercaba mucho a alguna de ellas, generalmente silbaba y escondla su fea cara dentro del capara­zón.(1) Había grandes cantidades de pájaros.
   De tanto en tanto pensaba en Darwin y me sentía algo culpable por no haber prestado más atención a la flora y fauna. Me sorprendía lo poco que me molestaban los insectos, mos­quitos, etc. Si me hubiese per­dido en la jungla en Suriname o Brasil, todo habría sido mucho peor. Felizmente para mi, no me encontré con arañas asesinas, serpientes u otras bestias de similar vileza.
Durante la noche trataba de dormir. Pero inevitablemente, las rocas y las espinas frustraban mis intentos de estar cómodo. En aquel momento tenía el cuerpo cubierto de heridas, magulladu­ras, arañazos y rozaduras, que también frustraban mis intentos de dormir.
   A lo largo de mi "aventura" pense en miles de cosas. EI tema dominante era los líquidos. Mentalmente ordenaba las bebidas que me gustaban, empezan­do por los "Lima Rickys" y terminando por una "Piña Colada" que había proba­do en Venezuela últimamente. Imagina­ba que acababa de regresar sudoroso de correr, como lo hacía algunas semanas antes de Margarita. Entonces tragaba de forma incontrolada. No estoy seguro de si con este pequeño juego lograba algo, pero no podía dejar de jugarlo. Tenía también una casi interminable sucesión de recuerdos, fantasías y visiones. Uno de los principales temas era mi infancia. Otro lo que mi familia y amigos estarían pensando sobre el hecho de que no hub.iera regresado a Estados Unidos.
   Sorprendentemente, orinaba cada diá Mi experiencia en carreras con tiem·po caluroso me inclinaba a pensar que mi posible fallecimiento sería resultado de un fallo renal. Pero mis riñiones pare­cían seguir su ritmo, sin signos aparentes de amenaza de colapso. Durante los pri­meros días, no puedo decir que tuviera ningun dolor significativo. Tampoco me sentí deprimido en ningún momento.
   Otra cosa me tenia sorprendido. Aunque estaba absolutamente seguro de que iba a morir, este pensamiento no me tenía muy asustado. Mis emociones eran de frustración y de no querer dejar la vida tan pronto. De tanto en tanto las palabras de Vinicius de Moraes, el gran poeta brasileñio, me venían a la memo­ria: "Nao tenho medo da morte. O que eu sinto é saudade da vida".
   En lo que luego fué mi último día en el bosque mi debilidad aumentó dramá­ticamente. Era muy duro permanecer de pie sin apoyarme en un arbol o una roca. No podría caminar más que unos pocos metros sin tener que sentarme. "Bien, pensé finalmente Ilega". A medida que la noche caía, decidí que ocurriría. Arre­glé mi "cama,"cerré los ojos y esperé no despertarme. Pero no podría dormir. Pensaba "por que no dar un grito una vez más? " Así que con una boca tan seca que me sorprendío ser capaz de emitir algún sonido, grité, "Socorrol !Ayudame!" Escu­ché una respuesta. En l0 que me parecieron minutos, me encontré rodeado de up grupo de rescate que inmediatamente me pre­guntaron si yo era "Reecha Hoga." (Supongo que si les hubiese dicho que era otra persona me habrían dejado allí).
   Costó varias horas sacarme de allí. Primero me cargaron a sus espaldas. Me quedé asombrado de la increíble fuerza de algunos flacos mucha­chos que me subían a sus hombros y car­gaban conmigo sobre un terreno brutalmente duro, como si yo fuera un saco de carme. Cuando finalmente regresamos al camino, encontramos unas mulas y me sujetaron de alguna forma sobre una de ellas para abordar el ascenso en el cami­no de vuelta a Santa Rosa. Durante este trayecto, que parecía que iba a durar siempre, sólo me dieron algunos sorbos de agua, aunque mi deseo era asaltar la cantina y engullir su contenido de un solo y maravilloso trago.
   En Santa Rosa, el Doctor Hugo Dar­quea, un encantador, correcto y experto practicante, trató de conectarme un l.V. pero no pudo encontrarme ninguna vena. Mi pulso era apenas detectable. Durante un momento (cabalgamos de regreso a Puerto Ayora) temí que mi incómodo viaje a mulo no iba a servir de nada. Pero cuando finalmente llegué al hotel, el doctor consiguió ponerme una I.V. y salí de peligro inminente. Jack Nelson, el propietario del Hotel Galapagos, comenzó a alimentarme lentamente con cucharaditas de zumo de naranja. Aque­lla noche se quedó a cuidarme una enfermera mjuy simpática, que continuó alimentandome a base de cucharaditas.
   Durante varios diá despues, perma­necí convaleciente en el hotel, aal cuidado de Jack Nelson, su novia Romy y su director Daniel. Nunca habáa encontra­do personas tan correctas, compasivas y admirables. Recobre gradualmente las fuerzaa y dí cortos paseos por el pueblo sonde saltaba de restaurante a restaurante, comiendo y bebiendo casi todo lo que caís en mis manos. daneSe saltaba de restaurante en restaurante, comiendo y bebiendo casi todo lo que caía en mis manos.
  Cuando fuí capaz de juntar todas las piezas, supe que Jack Nelson orquestó la organización de la partida de rescate junto con El Consulado de BE.UU. Los empleados del hotel evidentemente notaraon que yo no dormía en mi habitación y cuando mi amigo Kiwi regresó de su viaje de 5 días, le contó a la gente que yo había planea­do una excursión por la reserva de tortu­gas. Jack Nelson (que encontró mi pasa­porte en mi habitación), contactó con el Consulado, que a su vez contactó con mi padre. Cuando no aparecí en Miami en el vuelo de American Airlines de 15 de Agosto, mi familia supo con seguridad que algo iba mal. Entonces fué cuando la gente de la isla comenzó a organizar la búsqueda, financiada por mi padre. Mi hermana estuvo a punto de venir a Ecuador y estaba en el aeropuerto esperando un vuelo hacia Quito cuando oyó que me habían encontrado.
   Bien, y abora qué? Al menos tres cosas. Debo mucho a gran cantidad de gente, muchos de cuyos nombres nunca conoceré. El hecho de que sea capaz de escribir estas líneas refleja los esfuerzos de esta gente, desde mi padre hasta los dos niños en Santa Rosa, a los que les compré una Pepsi. Además, estoy muy contento de estar vivo. Y por fin, la vida es interesan­te y quiero mas de ella. Después de todo, he aprendido de nuevo la impor­tancia de una "gran verdad" que conozco hace tiempo. El gran filósofo analítico Yogi Berra tenía razón: "No está acaba­do hasta que está acabado."
Nota:

(1) No han cambiado muchas cosas desde la visita de Darwin: "El día ardiente, y arrastrarse por la árida superficie y através de la atrincada malleza era agotador; pero mi recompensa era la contemplacíon de aquella extraña escena Ciclópea. A medida que iba caminando, me encontré con dos grandes tortugas, cada una de los cuales debía pesar al menos doscientos libras; una estaba comiendo un trozo de cactus, y al aproximarse, se quedó mirándome y lentamente se alejó caminando majestuosamente; la otra emetió un profundo silbido y escondió la cabeza. Estos colosales reptiles, rodeados de lava negra, y arbustos sin hojas y grandes cactus, se me aparecían como si fueran animales antidiluvianos" (Darwin, El Viaje del Sabueso, p.376)

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